25.1.08

La Organización

Sobre los adoquines de la calzada se arrastra la luz pobre de dos faroles. El lamparazo blanco que mana de los bombillos alumbra apenas algunos pedazos del suelo, dejando a oscuras cantidad de puntos que semejan heridas negras sobre el pavimento. La cuadra, alejada del centro, junto a las murallas, respira callada a esta hora de la noche. Seis o siete desconocidos caminan de prisa, siempre en parejas. Y atraviesan la calle en silencio para ir a meterse en una casa esquinera.
En el zaguán, bien iluminado con lámparas de kerosén, una mulata menuda recibe a los convocados. Se encarga de los maletines, de los sombreros, acomoda las armas en el escaparate blindado. Los visitantes se relajan. Algunos se sientan y toman café. Durante las próximas horas, lo saben, trabajarán protegidos por los soldados invisibles de la Organización.
Durante media hora todos se dedican a aguardar. Hay quienes fuman, juegan a las cartas o leen; un par de peruanos se empecinan sobre un tablero de ajedrez. La sala pequeña, para despistar, intenta un aire doméstico: sofás de tela, mesitas, cuadros con paisajes y bodegones cuelgan de las paredes. Un olor como de corbatas guardadas enturbia el aire de la habitación.
A la una de la mañana se abre la puerta que conduce al resto de la casa.
— Buenas noches, bienvenidos —los recibe Valbuena, el diminuto agente chileno. Acompáñenme.
Los recién llegados se levantan y saludan, siguen al enano por un corredor estrecho. El grupo conserva la formación original. Permanecen en parejas y avanzan hasta desembocar en un jardín interno, donde les espera de brazos cruzados un tipo alto, que sólo mueve la cabeza a modo de saludo.
Junto a él, un asiático sonríe. Y enseguida habla en claro español:
— Amigos, mi nombre es Nuno; nos complace que todos hayan acudido. ¿Alguna novedad durante el viaje?
Todo bien… Nada… Todo okay… responden desde el grupo. Nuno aprueba con un gesto leve del rostro y continúa su breve discurso, mientras pone una mano sobre el hombro del tipo alto.
— De este hombre habrán oído mucho; todos lo conocemos por su nombre clave: Kid.

(Continuará)

23.1.08

Kid-Valbuena. Diálogo uno.

Valbuena: Kid, ¿sabe usted algo de ese tal Baricco?
Kid: Poco, señor. Me han regalado City, una novela. Le diré en cuanto la empiece. Por cierto, El Malpensante acaba de publicar un buen texto de Baricco sobre la relación de Carver con su editor, Mr Lish, creo; y del impacto de ese editor sobre los relatos de Raymond.
Valbuena: Naaa... Tiene nombre de bailarina... Alessandro… (inculto).
Valbuena: Señor, me prestaron libro Seda.
Kid: ¿Qué tal?
Valbuena: Llevo el 25%. Novela breve. De cien páginas, más o menos. De momento me uno a las frases habituales: transparencia formal, transparencia de fondo. Limpieza, señor.
Kid: Limpio.
Kid: Veremos qué trae City. Un amigo, buen lector, me lo regaló entre frases exclamatorias.
Valbuena: ¿Exclamaciones fruto del alcohol, Kid?
Kid: Valbuena, ese hombre no bebe.
Valbuena: Merde.
Kid: Come mucho, eso sí. Usted quizá lo recuerde: el señor Pacheco.
Valbuena: ¡Es leyenda!
Kid: En cuyo blog alguna vez se produjo una polémica, donde un tal Troncoso (¡usted mismo!), natural de Chile, tomó parte.
Valbuena: Recuerdo, sí, caramba.
Valbuena: ¡No nos callarán, Kid!
Kid: ¡Nunca!
Valbuena: Pacheco es la luz.
Kid: No exagere.
Kid: Ese gordito...
Valbuena: ¡Pacheco no es gordo!
Kid: Lo es, señor.
Valbuena: ¡Tiene la contextura de un fiero oso pardo!
Kid: Come demasiado.
Kid: Señor, una vez Pacheco y yo nos batimos en duelo. Ambos comíamos como bestias.
Valbuena: ¿A qué se refiere, Kid?
Kid: Queríamos saber quién comía más.
Valbuena: Carajo, Kid. ¿Qué utilizaron?
Kid: Perros calientes.
Valbuena: ¡Dios bendito! ¿Cuánto comió, Kid?
Kid: Compramos veintidós salchichas y mucho pan, salsas. Yo arranqué adelante, soy rápido. Pacheco es lento, pero llega lejos. Y cuando ambos llevábamos once, se acabaron las salchichas.
Valbuena: ¿De qué habla? ¿Un empate clásico?
Kid: Tuvimos que apelar a otras salchichas que había en la nevera de Pacheco, marca poco conocida. Y le diré: comí medio más. El sabor de aquellas salchichas me afectó. No pude seguir, perdí la concentración.
Valbuena: Pero...
Kid: Quedé en once y medio. Y Pacheco, cómodo, sólo tuvo que comer los doce enteros.
Kid: Él ha admitido que el cambio de salchichas debió anular la competencia; sabe que yo podía seguir.
Kid: No ha habido revancha. Pero, con los años, en muchas comidas, yo he terminado por aceptar que Pacheco es superior.
Valbuena: Kid, estaba mirando el reglamento, podemos anular fácilmente esa contienda.
Kid: Lo sé, pero eso me obligaría a volver a competir. Y sé que he perdido condiciones. Pacheco, en cambio, no ha dejado de entrenar. Lejos de eso, ha progresado, se ha expandido. Yo ya no estoy en su liga. Tendría que prepararme durante un año para poder medírmele.
Valbuena: Deberá hacerlo, Kid. Juega con la dignidad de la Organización.
Valbuena: Le ruego que se expanda, Kid.
Kid: Bien (atrevido). Necesitaré dinero, una partida que la Organización destinará a mi alimentación.
Valbuena: Hace un tiempo se lo he querido decir... No nos queda nada, Kid. ¡Nada!
Valbuena: ¡Robará!
Kid: Pero...
Kid: Si he de robar, eventualmente tendré que correr. Y eso no va con nuestros planes.
Valbuena: Su idea de regalarle diez mil elefantes africanos a Aldunate para su boda, idea que algunos atrevidos juzgaron estrafalaria, nos produjo un transitorio déficit, Kid (durmiendo en la plaza Julio Cortázar de Palermo).
Kid: Lo superaremos, Valbuena.
Kid: Veo que recuerda el episodio de los elefantes (timador). ¡He negociado los colmillos! ¡Somos ricos en marfil, señor!
Valbuena: ¡Albricias! ¡Siempre lo supe!
Valbuena: ¿Cuándo me manda mi parte, Kid (crédulo)?
Kid: Eh... Es cuestión de días, mientras firmamos. Usted sabe cómo son estas cosas (arruinado).
Valbuena: Le recuerdo que el nexo entre el banco y la Organización finalmente fui yo, tras su sorpresivo desmayo el día que había que firmar los papeles.
Kid: Valbuena, con respecto al déficit, pido discreción, señor. Ya resolveremos eso en Las Vegas. Sólo necesito una colaboración suya: deberá hablar siempre con acento argentino.
Valbuena: ¡Iré! ¿Desea que cruce el mar en los mismos troncos con que crucé el Océano Índico?
Kid: Pasaremos por magnates de la soja, Valbuena. Nada de troncos esta vez.
Kid: Señor, me retiro. Mando abrazo americano.
Valbuena: Kid, proceda. Habrá silencio eterno sobre las arcas vacías de la Organización.
Valbuena: Nuestra riqueza es la cultura, como usted siempre nos dijo al lanzarnos esos pollos desde su helicóptero.
Kid: Eso, ¡cultura!
Kid: Despilfarrador y glotón, K.
Valbuena: Leal y pobre, V.