12.12.07

Holanda se hunde

Ayer por la tarde cedieron varios diques. Agitadas por las tormentas, las aguas del Mar del Norte fueron penetrando de a poco en las barreras. Luego irrumpieron con violencia, reforzando de súbito los cauces del Rin, el Mosa y el Escalda, los tres ríos que atravesaban estas tierras bajas. Las advertencias de los ingenieros, la desgracia anunciada por el profesor Pier Vellinga finalmente ha ocurrido.
Corrientes de agua salada inundan las calles, las plazas y los bulevares. Luces de colores cambiantes, de los semáforos que aún titilan, dibujan en los canales unas extrañas alegorías sumergidas. Se ven grupos de maletas, de morrales y de bicicletas que van dando tumbos arrastrados por el oleaje. En los edificios del gobierno, y en las empresas, dicen que cientos de miles de oficinistas quedaron atrapados en sus cubículos. Que casi todas las viviendas permanecen anegadas, semidestruidas. Que los automóviles, inútiles, duermen apagados bajo los arroyos.
Estas y otras cosas cuentan las noticias en la radio. Aquí, a través de la ventana, ahora que interrumpo mi trabajo para consignar este breve reporte del desastre, sólo alcanzo a ver un perro que nada cerca de un poste encendido. Veo caer gotas de lluvia que ya empiezan a salpicar esta gran sábana de agua.