12.3.08

La Organización (II)

Valbuena, rimbombante, hubiera querido imprimir un estilo más clásico, un perfil casi medieval y caballeresco a este primer concilio. En el centro del patio donde ahora charla el grupo, el chileno preferiría ver una gran mesa de madera pulida, sus asientos, los diálogos marciales que tejerían los invitados bajo una gran araña de luz amarilla. En lugar de esta escena relajada, alrededor de un gran árbol de mango, con agentes novatos que charlan en pequeños grupos mientras Aroma, la negra diminuta, va de aquí para allá repartiendo vasos tintineantes de hielo y ron.
El enano sureño camina entre los convidados, se acerca al tipo alto, se empina un poco y susurra:
— Kid, disculpe, ¿acaso Nuno no había prohibido el alcohol?
— Eran otros tiempos, Valbuena. Eran otros tiempos.
— ¿Otros tiempos? ¿Qué dice, Kid?
— Simple: si queremos ganar adeptos, tendremos que aflojar un poco algunas normas.
— ¿Aflojar? ¿Aflojar, dice? ¡Este no es momento para aflojar, por dios!
— Vamos, Valbuena, tranquilícese. Échese un trago y relájese, por favor.
Kid gira sobre sus tacones y deja solo al reducido lugarteniente. Dedica la próxima media hora a platicar con cada uno de los citados, tanteándolos, empezando a tejer poco a poco su nueva red.
Luego da esta primera tarea por concluida y camina hacia una esquina del jardín, a juntarse con Nuno.
— Amigos —dice enseguida el asiático. Acérquense, por favor, que es momento de hablar y fijar algunos temas importantes.
Los invitados se arremolinan en torno al líder; abandonan sus vasos, algunos, y guardan silencio mientras escuchan el mensaje.
— Muchos de ustedes conocen las dificultades que hemos enfrentado recientemente. Convocar de nuevo a la Organización ha sido una tarea penosa y de altísima peligrosidad…
— Cierto… ¡muy cierto! —interrumpe Valbuena, emocionado. Kid lo reprende con una mirada, y Nuno continúa.
— Pues sí, nos ha costado un par de años conseguir apenas este humilde logro: componer el núcleo esencial de nuestro movimiento. Sin embargo, los veo aquí, ahora, y confirmo que ha valido la pena.
Valbuena ensaya un aplauso exaltado, pero ninguno lo sigue. Y esta vez se libra de Kid, que no está para censurarlo, pues ha ido con sigilo hasta una habitación al fondo del patio y ahora, sosteniendo con ambas manos una pequeña caja de metal, regresa caminando lentamente, la pone directo sobre el piso rústico, a los pies de Nuno, quien saca una larga llave de su bolsillo y empieza a agacharse para abrir con sus pequeñas manos la discreta valija.
(Continuará)