30.5.08

Ella no sabe

Mientras su amante duerme, finge que duerme, ella sale del baño envuelta en una pequeña toalla roja. Viene por el corredor y se para junto a la cama, se desnuda, empieza a untar crema con sus manos sobre la piel blanquísima. Luego se sienta en el borde del colchón y sigue la tarea, levantando una pierna y enseguida la otra. Durante varios minutos frota y recorre con sus dedos esa tez suave y brillante, los muslos, las pantorrillas.
Cuando termina se calza un par de botas nuevas, muy altas, de cuero negro y largas cremalleras. Se levanta para probarlas. Camina rumbo a la sala, siempre desnuda, dando la espalda, inocente de todo cuando interpreta la escena: sin saber que con ella encandila a su amante despierto.

19.5.08

La Organización (y III)

De la caja, con ademanes lentos, Nuno extrae varios sobres de cartón que llevan escritos a mano los nombres de todos los agentes. Luego se acerca al grupo, y ellos lo buscan para ir recibiendo cada cual su paquete. Cuando la valija ha quedado vacía, el líder vuelve a su lugar, desde donde pronuncia las últimas órdenes.
— En unas horas, cuando nos hayamos alejado de esta casa, todos podrán abrir los sobres. Allí encontrarán instrucciones, algo de dinero y los detalles de la misión que les hemos asignado.
— ¡Bien pensado, muy bien pensado! —interrumpe Valbuena, de pie, muy cerca del asiático, mientras frota con ansiedad su sobre.
— Acá no podremos volver —sigue Nuno, ignorándolo. La casa, por razones de seguridad, será clausurada en cuanto nos marchemos. Así que, por favor, caballeros, recojan sus pertenencias y tengan cautela en el momento de salir.
Entre murmullos leves, la tropa empieza a disolverse. En fila, como llegaron, los agentes caminan por el pasillo estrecho hasta alcanzar la salita de recibo, donde la negra Aroma, que aguarda por ellos, va entregando armas, maletines y sombreros. Antes de verlos partir les va entregando pliegos de papel enrollado, copias donde figuran las palabras iluminadas de Nuno: el primer manifiesto de la Organización.
Valbuena, ensimismado, repasa esas líneas con fervor. Es el único que lee, y en sus manos temblorosas se sacude con prisa el fino papel. Cuando termina de leer, satisfecho, destruye la hoja y se apresura buscando la salida.
Entonces todos están listos, alguien empuja la puerta y abandona el lugar con sigilo. Imitando esa fuga cada treinta segundos, los demás soldados repiten la operación en completo silencio. Y de último, acomodándose una mochila en la espalda, sale Valbuena.
Ya empiezan a apagarse los faroles. La calle se ilumina con rapidez, la claridad de la mañana descubre ahora las fachadas de las casas vecinas.
Mientras la decena de militantes avanza rumbo a las murallas, volviendo por donde llegaron, Valbuena, el reducido agente chileno, enciende un cigarro a solas, sonríe misterioso, como si conociera una verdad ignorada por los otros, gira sobre sí mismo y emprende su travesía justo por el camino opuesto.