25.11.07

Este pobre fitness freak

Adentro: tantas pesas, sus discos acerados, sus barras de metal. Los aparatos retráctiles, las poleas. Una larga fila de bicicletas estacionarias. Y acá, junto a las puertas de la tienda, esas bandas móviles, rutas sin fin, que sirven para correr evitando el compromiso de avanzar. Una de ellas funciona en solitario. Dos compradores que la examinan, el empleado que les explica mientras la banda gira y gira. Afuera: un ambiente de sábado, quieto. El bulevar enorme y vacío, apenas trajinado por los caminantes escasos. Los taxis lentos, los buses sin pasajeros. El hastío a las cinco de la tarde.
Y de repente, brilloso, el sudor como agua, la ropita ajustada casi ridícula, los músculos prietos de un corredor repentino. Sus zapatillas acompasadas, el vigor fácil, la carrera brutal sobre los adoquines de la vereda.
Entonces lo inesperado: el tipo que tuerce el rumbo y cruza la entrada abierta del local. El asombro del vendedor, el pánico de los clientes. Y luego el trote enérgico del intruso sobre la banda veloz, sus zancadas rítmicas, la sonrisa indescifrable de este pobre fitness freak.

11.11.07

El Zorro no puede más

Los líos de la herencia, la pereza de los jornaleros, el motín del capataz y la crisis del agave. El fuego de California, la encefalitis equina, el mutismo miedoso del desierto. La escasez de agua y la fragilidad del barro en los muros altos de su propiedad. Los chismes en el pueblo, el desorden de la policía, la bulla de los mariachis y el susurro débil de los arroyos secos. El maldito detergente que apaga la negritud de sus prendas. La carestía del acero para los sables, las averías de la carreta, el dolor en sus rodillas después de tantos brincos de madrugada. Las tejas envejecidas que ya no paran de quebrarse bajo sus botas. La plaga de las serpientes, el acoso cotidiano de las señoritas y la persistencia de un cierto tedio de cincuentón burgués.
Bernardo el mudo se jubiló, la cirrosis mató al sargento García, legiones de bandoleros gringos han empezado a llegar con sus pistolas y El Zorro, preocupado bajo el antifaz, entiende la desmesura del compromiso. Ya no volverá a marcar la Z. El Zorro no puede más.