24.4.07

Tarde de perros

Pintao, echado sobre el piso de cemento, se lame la panza mientras observa a los visitantes. Curiosea. Levanta la cabeza. Pasan algunos segundos y, como desconoce los rostros que ve, como se pregunta quién carajo es esa dama que ahora lo fotografía, decide ponerse en pie (en patas). Entonces camina lentamente, primero. Luego, más decidido, trota resuelto, casi elegante, y atraviesa el amplio potrero en el que antes descansaba, para oler a través del portón los pantalones de los recién llegados.

Pintao, ya ustedes adivinarán, es un cazador macizo; un macho adulto de orejas largas y caídas. Un antiguo perro vagabundo cuyo nombre provisional, obvio, viene de las grandes pintas marrones y negras que invaden con sutil desorden su pelo blanquecino.

Pintao no vive solo. De hecho, está muy acompañado. Pintao y sus semejantes son camada, prole, multitud. A veces, en los peores momentos, también son jauría. Les hablo, señores, de doscientos cincuenta canes repartidos entre galpones, potreros, jaulas y un hospital improvisado. Les hablo, incrédulos lectores, de los privilegiados pacientes del Centro de Rehabilitación del Perro Callejero.


Estamos en Fusagasugá, un pueblo mediano ubicado a cincuenta kilómetros de Bogotá. Habla Darío Larrotta —barba copiosa, gorra roja de la Cruz Roja Colombiana, botas de caucho, mascarilla—, el encargado. “El Centro tiene unos tres años funcionando, y yo llevo uno trabajando aquí. Esto lo encontré abandonado. Había cincuenta perros en muy mal estado. Mire, la gente que trabajaba aquí no quería a los animalitos; no había ninguna rehabilitación real: aquí simplemente los ejecutaban”. Darío recuerda, y mientras lo hace, acaricia a una hembra poodle que está bastante sucia, pero, aún así, la besa con sinceridad. “Cuando llegué, enseguida me puse a trabajar para recuperar esto. Venga y le muestro el hospital”.

Lo que Darío, armado de un gran optimismo estético, llama “el hospital” es —oh, ironía —lo que queda de un matadero de vacas que jamás funcionó. “Lo construyeron encima de una falla y el terreno empezó a ceder. Ni siquiera hubo tiempo de traer a las vaquitas”. Así que donde debían morir animales a ritmo industrial, hoy se recuperan de sus heridas varios perros sin dueño.

Tres salas muy amplias y de techo altísimo cobijan a los pacientes. Al entrar, una repisa con medicinas: Ivomec, para las enfermedades de la piel; Oxitetraciclina, antibiótico (Darío: con eso curamos casi todo); Vitavet (Darío de nuevo: vitaminas que les damos a los que llegan muy flacos, que son la mayoría); Negubón para las garrapatas; el suero Aminolyte para hidratarlos, y la valiosa lidocaína, que los anestesia durante las cirugías.

En algunos espacios del antiguo matadero permanecen, como demonios dormidos, las máquinas que transportarían a las vacas hacia la muerte. Grúas, cadenas, bandejas y sumideros. Mucho hierro. Altos muros de baldosa blanca. En una de las salas, un bulto arropado. “Este, pobrecito, se murió de viejo. Aquí los que se mueren es de viejos, porque casi siempre se recuperan de las enfermedades. Yo hice una fosa donde los entierro. Pero venga para que conozca a los insociables”.

Vamos en camada: una hembra bóxer recién operada de un tumor en el abdomen, un huskie siberiano, dos dálmatas, media docena de poodles, un temible pero manso rottweiler, un pastor alemán descuidado y varios inclasificables se arremolinan muy cerca. Así, escoltados por no menos de quince o veinte perros, seguimos el recorrido.

Darío abre una puerta con naturalidad; quizá con demasiada como para esperar a un “insociable” detrás de ella. Pero, maldito Murphie, lo peor siempre sucede: de un rincón lejano, y atravesando la diagonal de la habitación con velocidad perruna, surge la cara abrupta de un pitbull. Esto sucede muy rápido y no tenemos tiempo de temer. Darío, mientras saluda con una mano a la fiera cautiva, ataja con la otra a un pequinés demasiado curioso: “venga, ¿o es que quiere que el pitbull haga sopa con usted?”.

“Periodista, con estos hay que tener mucha paciencia. Poco a poco yo los voy resocializando: les hablo, los acaricio; después los saco, los pongo a pasear con los demás, les presento a los gatos y a las gallinas que tenemos afuera, y cuando se vienen a dar cuenta, ya hasta comen con otros en el mismo plato. Eso sí: hay que tenerles mucha paciencia, porque es que estos animales son… ¡uy!”. Darío acaricia con cierta agitación al pitbull, y este le devuelve el gesto con lengüetazos y jadeos. “Mírelo, ¿quién creería que este animal es capaz de matar a cualquiera?”.
— Yo.

Pintao es el huésped más antiguo del Centro. Llegó hace más de un año con una colección de males acumulados: sarna, un par de fracturas, heridas con gusanos, parásitos y, para colmar, una delgadez lívida: puras costillas. Darío lo atacó con su tratamiento de siempre y logró recuperarlo en el lapso acostumbrado: dos o tres meses. Se empezó a ver a Pintao cada vez más robusto, contento, recorriendo su potrero con un nuevo perfil.

No pasó mucho tiempo antes de que llegara gente dispuesta a adoptarlo. El primero fue un señor dueño de un galpón, que buscaba perros guardianes en plena adultez. Y Pintao, ya recuperado, ofrecía las cualidades ideales para tal fin. El del galpón cargó con él y colaboró con algunas medicinas.

Nadie conoció el nuevo hogar de Pintao, pero todos lo suponían agradable, con comida abundante y mucho espacio para correr. Sin embargo, a los tres días de la adopción, Pintao apareció en la entrada del Centro con la lengua afuera: había caminado varios kilómetros para volver a su potrero.

Muchos perros adoptados terminan regresando al Centro. Pero lo hacen obligados por sus padres breves, que plantean quejas: “¡se comió al gato!”; “jodido animal, acabó con la ropa”; “¡figúrese que mordió al niño!”; “¡carajo, hay que ver cómo caga ese perro!”. Por eso el caso de Pintao es único: aunque lo quieren, aunque ha conseguido padres interesados en adoptar y conservar su prestante porte, él prefiere regresar.


“Mi interés es recoger a los que andan enfermos por ahí, o que me los manden; porque todos esos perros que están sueltos en la calle contagian a las personas de enfermedades”. Darío y la profilaxis. “¡Aquí se han acabado una cantidad de males!”.

A finales de 2003 el alcalde de Fusagasugá, señor César Augusto Jiménez, llamó a su amigo Darío Larrotta para que se encargara del Centro de rehabilitación. “Es que ya él me conocía porque yo trabajaba en fincas de aquí cerca; yo siempre he trabajado con animales”. Entonces el Centro recibió al nuevo empleado, a quien le sumaron un par de asistentes (Ofir y Lina María) que lo ayudan a limpiar el lugar. Ellas preparan la comida que los huéspedes reciben dos veces al día. Darío, perogrullada es decirlo, está orgullosísimo de su labor. “En ninguna parte de Colombia hay otro sitio como este. Mire, aquí viene gente casi todos los días. ¡Eso viene hartísima gente a visitar!”. Sin embargo, entre las grietas de su ánimo se cuelan, a ratos, varias protestas. “Aquí hace falta mucha ayuda, periodista: falta plata, faltan más medicinas y, sobre todo, más empleados porque esto ya es mucho trabajo para mí solo”.

El Centro subsiste, apurado, con las contribuciones de quienes adoptan perros. A veces algunas empresas de productos veterinarios donan medicinas o alimentos. La Alcaldía de Fusagasugá, mientras, paga los empleados, aporta algo de dinero, presta el terreno y envía una vez al mes a una veterinaria para que haga las operaciones y esterilice a las hembras. Darío: “si no, imagínese, ¡aquí no cabrían los perros!”. A Pintao, como a varios de sus vecinos, una mañana lo dejó alguien en la entrada del Centro. El lugar, que está ubicado a unos cien metros de la vía, suele recibir a muchos de sus pacientes con este método estilo Moisés: el antiguo dueño del can, desesperado por su enfermedad, mal comportamiento o peligrosidad, decide abandonarlo sobre la hierba que amortigua la orilla de la carretera.

Darío lo encontró en el estado ya descrito y lo sumó a la camada. Desde aquel día Pintao, el peregrino, el trashumante, el suertudo y viajero Pintao ha sido adoptado en siete oportunidades. ¡Siete veces se lo han llevado! Pero, por lo visto, Pintao es el paciente más agradecido del grupo, y por más beneficioso, por muy acogedor que sea su nuevo hogar, y por más amable que se muestren sus nuevos dueños, él siempre regresa.

Darío luce resignado mientras cuenta la historia. Ha tratado de negarle privilegios, de no hacer preferencias, de dirigirse a él como a uno más; a ver si así Pintao entiende que puede irse, que ya nada le debe a su salvador.


— Darío, ¿cuántas veces te han mordido?
— He sido mordido una sola vez en mi vida (difícil describir la dignidad solemne con que dice esto: como si recitara un himno o un poema épico).
— ¿Y te dejan dormir de noche?
— Casi nunca. ¡Hay que ver cómo ladran y aúllan esos niños!
Ah, porque hay que mencionar que Darío suele referirse a sus pacientes como “niños” o “niñas”. “A veces los llamo por el color o por la raza, porque entre tantos perros, ¿cómo se aprende uno los nombres?”.

La rutina del encargado empieza a las cuatro y media de la mañana. A esa hora imposible visita a cada uno de los enfermos que se encuentran en peor estado. Les administra las medicinas, les cura las heridas. Y les habla, les habla mucho, les habla siempre. Luego, sacándolo de una inmensa olla donde alguna asistente ya lo ha cocido, sirve a todos el alimento, a las seis. El resto de la mañana y buena parte de la tarde se le va en limpiar todas las áreas del Centro. A eso de las cinco descansa un rato, si se lo permiten; o trabaja en un huerto donde siembra papa, ahuyama y cualquier otra cosa que pueda alimentar a los perros. A las seis de la tarde les sirven la otra comida del día, y en esa tarea les llega la noche: ese territorio accidentado, de pesadilla rutinaria, en el cual Darío intenta descansar cobijado por un centenar de ladridos.

El encargado no tiene favoritos. “No se puede. Antes tenía como veinte favoritos, pero llegó la leptospirosis y acabó con todos (se conmueve). Mire, aquí afortunadamente no hay rabia, pero cuando llegan plagas como esa, o como la parvovirosis, ¡esas diezman población!”.

Darío hace énfasis en la conducta de los “insociables”. “A los caninos hay que educarlos muy bien aquí; hay que trabajarlos mucho para resocializarlos porque cuando se los llevan tienen que comportarse en las nuevas casas, sino, los devuelven”.

— O se devuelven ellos, como Pintao.
— O se devuelven, sí. Pero ése es él nomás. Los otros regresan porque la gente no los quiere. Casi siempre es la gente que no les tiene paciencia, porque cuando ellos se van de aquí ya van recuperados. Las familias adoptan cachorros para evitar que el perro traiga mañas. Los grandes generalmente los llevan para cuidar.

Y mientras el encargado ha estado explicando esto, aparece un tipo en una bicicleta con botas de caucho y braga. Pregunta por la crónica que haremos y se queda un rato. Debe ser un amigo de Darío, aunque no hablan entre ellos. Luego, antes de irse, como si fuera necesaria la información, dice: “Darío es el ángel de la guarda de los caninos”.


Parece que va a llover. Por la trilla de la entrada, caminando sobre el pasto verde, aparecen un par de hombres. Uno de ellos es muy barrigón y lleva sombrero. Hombres de campo, sin duda.

— Buenas, ¿aquí es lo de los perros? —pregunta el del sombrero, que parece el jefe.
— Sí señor, a la orden —Darío se quita la gorra roja de la Cruz Roja Colombiana.
— Ah, pues, es que estamos buscando uno grande, uno que cuide.
— Pintao es el suyo —se mete el periodista.
— ¿Cuál es ese?
— Aquel de allá —indica Darío.
— Sáquelo pa verlo.
El encargado va hasta el potrero y trae al cazador, que brinca, le lame los brazos y la cara.

— Ah, ¿este es Pintao? —El barrigón, sonriendo, toca al perro— ¿Y cuánto cuesta?
— No cuesta nada; solamente una colaboración. Es un perro bueno para vigilar.
El tipo saca varios billetes y duda un rato mientras decide la cantidad. Finalmente le entrega algunos a Darío. El segundo hombre, con cierto temor, con incomodidad evidente, saca una correa de una bolsa plástica y sujeta al cazador por el cuello. Se despiden y empiezan a caminar hacia la carretera. Se marchan.

Entonces miramos a Pintao: alegre, dando brincos, redimido, adoptado una vez más. Y pensamos: regresará, sin duda regresará.

10 comentarios:

Ricardo Portillo dijo...

Coño, cuando comencé a escribir mi blog, enseguida pensé que quien debería tener uno eras voz, asi que me alegra mucho esta iniciativa, así no tendré ni que comprar las revistas y mucho menos esperar a que publiqueis tu próximo libro pa leerte mas seguido!

Unknown dijo...

Sinar, qué bueno que tienes tu blog y que me avisas para leerlo. ¡Gracias!
Ricardo, yo soy Portillo (mi apellido materno) pero no soy maracucha como ustedes dos, sino de los Portillos de Onoto, Anzoátegui.
¿Sabes por qué hay Portillos en los dos lados?

Sinar Alvarado dijo...

ricardo, tenéis un pequeño problema. como bien digo en mi breve perfil, acá está lo que no publico en los medios tradicionales. así que estáis eliminado: si queréis leerlo todo, seguiréis comprando revistas y libros. un abrazo.

Freddy Colina dijo...

Chico me hiciste recordar nuestras andanzas en ANIMALANDIA... Muchos de ustedes diran que es eeeeso?

Bueno para quienes leen y conocen a Sinar les cuento que El y Yo trabajabamos con su PAPA (el famoso Sinar Eufrasio) quien es veterinarioy tiene servicio a domicilio.

Verga hermano como olvidar esos momentos tales como:

1) el maldito perro que era mas arrecho quel carajo y que teniamos que amarrar a un tubo y YO muy valiente lo agarraba por las orejas (sino lo saben es la mejor manera de dominar a un perro con las manos), mientras vos lo banhabas contra las carrapatas (Sinar Eufrasio obviamente nunca estuvo alli, siempre nos dejaba el trabajo sucio al hijo de Migledis y al de Fenix).

2) el hijo de p... Chow Chow que parecia un LEON que era mas arrecho quel carajo... y lo mas jodio era q los duenos siempre le dejaban que se le hicieran nudos... y oooootra vez el hijo de Migledis y Fenix tenian que hacer el trabajo sucio.

3) Pero el mejor de todos fue el DOBERMAN de Carlai (Para quienes no lo saben Carlai es una Ex-Novia que para esos momentos todavia estaba un poco resentida conmigo), resulta que el perro estaba medio envenenado... y habia que darle un esteroide a cada cierto tiempo.

Vamos en la noche tipo 9pm hacemos la consulta y al salir el papa de Sinar nos dice « Ok muchachos dejenme en la casa y nos vemos manana ».

Obviamente Sinar y YO jovenes e irresponsables dejando al papa y llamando a un amigo para ir a jugar domino. Al final de la jornada de domino tipo 3am, llegamos a mi casa para dormir y levantarnos a las 8 am (clase de irresponsabilidad !!!)... al llegar mi mama (Migledis) nos siente entrar y nos habla (cosa que nunca sucedia pq siempre dormia como un liron), "MUCHACHOS POR AQUI ESTUVO EL SENHOR SINAR... ESTABA MUY BRAVO... EL PERRO DE CARLAI ESTA MURIENDOSE"....

Mierda... nosotros nos asustamos y nada.. dijimos vamos a casa de Carlai... llegamos y al tocar el timbre sale Carlai llorando y gritando (hay que remarcar que eran como las 4 am) ASESINOS.... ASESINOS!!! FUERA DE AQUI..

Yo le murmuraba a Sinar (estando paloteao obviamente) "que le paaaaasa... que le paaaaaasa". No contentos con eso intentamos ir a hablar con Sinar Eufrasio... al llegar a si casa tocamos el porton y el dice con una voz muuuuuuuuy arrecha "Hablamos manana" y nosotros le replicamos... "como?"... "que hablamos manana"….

Regresamos al dia siguiente y Sinar Eufrasio nos dio un sermon sobre la responsabilidad, el trabajo y etc… incluso le quito el dinero a Sinar con el que pensabamos ir a pasar nuestras vacaciones a Cartagena ; dinero que al final le devolvio por nuestro final buen comportamiento… jajajaja !

Chico que vaina tan buena…. RECORDAR ES VIVIR…..

Aseeeeeeeeeeeeeeeeesinos ………. Aseeeeeeeeeeeeeeeeeesinos…. Que vaina con Carlai !!!! hoy en dia tengo tiempo que no la veo pero ya somos amigos….

Anónimo dijo...

No chico, uds son uno asesinos nojoda!!!...disculpame Sinar, vos sabeis que disfrute mucho el escrito de pintao, pero creo que disfrute mas el cuento del Freddy Jose. Marditos irresponsables!!

Anónimo dijo...

Soy amante de los animales, mi nombre es diana y quiero adoptar un animal, pero tambien quisiera saber que clase de medicina necesitan?

Gracias por dar reconocimiento a los animales.

Anónimo dijo...

HOLA, MI NOMBRE ES ANGELICA, SOY LA SECRETARIA DE LA ASOCIACION DEFENSORA DE ANIMALES DE FUSAGASUGA, CON SEDE UNICA EN UNA FINCA DE CHINAUTA (CUND). ME EXTRAÑA QUE NO MENCIONES EN TU RELATO A LA PERSONA QUE MAS SE HA PREOCUPADO POR LOS PERROS EN FUSAGASUGA Y QUE ESTUVO VARIOS AÑOS ENCARGADA DE LA PERRERA MUNICIPAL, LA SEÑORA LILIANA CASTILLO, PRESIDENTA FUNDADORA DE NUESTRA ASOCIACION, EN FIN... SI ALGUN DIA PUEDES TE INVITO A VISITAR NUESTRA SEDE. COMUNICATE NOSOTROS. CHAO!

Anónimo dijo...

HOLA SOY CONOCEDORA DELA LABOR DE LA SEÑORA LILIANA CASTILLO CON LOS ANIMALITOS DE LA CALLE,PERO ELLA NECESITA DE LA AYUDA DE PERSONAS DE BUEN CORAZON PARA SEGUIR ADELANTE CON ESTA NOBLE CAUSA.

Anónimo dijo...

soy un joven de fusagasuga y kisiera ke kitaran esa vaina de las zorras pos ya ke ke esos pobres caballos sufren mucho habr ke passa gente los animales tambien sienten perdon la expresion no seamos tan (hijueputa) gracias

Anónimo dijo...

Yo conoci a Dario Larrotta, algun tiempo vivi en una casa frente a la perrera municipal de fusagasuga.
Lastimosamente se como y donde murio El angel de los perros de la calle .

Al que escribio este bonito texto contacteme si quiere saber el resto de la triste historia de Dario Larrotta......

nika130@hotmail.com
3208835507