21.9.07

Abril (II)

IV
Campos gasta las próximas horas en un repetido vaivén sobre la calzada de la avenida Urdaneta. De las calles perpendiculares, en pandillas de veinte o treinta, grupos de exaltados van sumándose a la multitud. Todos gritan. Campos y Humberto, para despistar, han decidido separarse. Mientras caminan por la zona, cada uno trabajando en lo suyo, de vez en cuando se cruzan para intercambiar información, básicamente rumores increíbles que ya empiezan a circular:
— Oiga, periodista, acabo de hablar con un amigo policía.
— Ajá, ¿y qué dice?
— Vea, esto viene de buena fuente.
— ¡Qué dice!
— Bueno, parece que el hombre va a renunciar.
Y el hombre es uno solo: ese que empujan para que abandone el palacio. Campos disimula, no ríe, recibe la noticia de Humberto con naturalidad: no como quien cree, pero tampoco como quien descarta. Le da las gracias y se despide palmeándole la espalda.
Dando pasos de un lado a otro, repasando cien veces las tres cuadras que van desde Miraflores, pasando frente a la Vicepresidencia, hasta Santa Capilla, Campos recibe llamadas en su celular cada diez minutos. Casi siempre es Laura, que ya roza el delirio en su encierro, fumando como una adivina sin poder abandonar la redacción:
— ¡Maracucho, coño, ¿dónde andas?!
— Epa, todo bien. Estoy junto al palacio y…
— ¡Háblame, muchacho! ¿Cómo va la vaina ahí?
— Bueno, jefa, esto se está calentando. No hay menos de cinco mil personas, y todos más arrechos que el carajo.
— Coño (duda antes de ordenar)… No te muevas de ahí, que la marcha va pa allá.
— Acá sigo.
Campos cuelga, guarda el aparato en su bolsillo, y enseguida vuelve a vibrar. Esta vez es Víctor, que viene marchando con la oposición:
— ¡Mijo! —grita desde el otro extremo de la línea.
— Tonces, ¿por dónde vienen?
— Plaza Venezuela. ¿Cómo está eso por allá?
— Movido y peligroso, hermano. Esta gente se está armando.
— (Breve silencio de Víctor).
— ¿Aló?
— Sí, te oigo.
— Que se están armando.
— Sí, sí. ¿Como cuántos son?
— ¡Miles!
— Bueno, aquí vamos un vergueral: como medio millón, dicen.
— Sí, hermano, pero usté viene con doñas y un poco de carajitas con banderas. ¡Acá los está esperando un batallón!
— Bueno, vamos a ver; yo sigo palante.
— Cuidao pues.
— Tranquilo, hablamos.
Y corta.

V
Hacia las dos de la tarde, parado en lo alto del Puente Llaguno, Campos ve pasar la marcha unas tres o cuatro cuadras más abajo. Suenan pitos, cantan, llevan carteles. Entre ellos y el puente, formando una barrera azul —cascos, botas, escudos—, la policía mantiene separados a los dos bandos: no vaya a ser. Los apoya un camión blindado, herido aquí y allá con infinitas abolladuras, de esos que escupen un grueso chorro de agua para disolver protestas.
Campos, mimetizado, se une a un grupo de inquietos reunidos en una esquina del puente. Corren, dan vueltas. Gritan órdenes que nadie cumple: “¡atájenlos por allá, que vienen subiendo!”; “¡no pasarán, no pasarán!”. Campos hace preguntas con gesto violento, actúa, gesticula: pasa por uno de ellos. Hasta que ve, camufladas entre las chaquetas y los cinturones de todos, varias pistolas.
Novato pero no imbécil, Campos aprovecha el agite para hacerse a un lado. Retrocede. Atraviesa el puente caminando hacia el oeste, hacia Miraflores. En las esquinas siguen llegando turbas, bandas completas que exhiben una organización evidente. Uno tras otro, sin cesar, ve sujetos que llegan con morrales llenos de palos. Ve tipos que reparten armas. Ve, también, obcecados que hacen cualquier cosa para armarse: aquel que rompe la acera y se apertrecha con varios guijarros; o esos de allá, que rompen botellas, que doblan tubos, que fabrican cuchillos con rudimentos de hojalata.
Sudando como en un baño turco, intentando digerir el desorden, Campos se acomoda en una esquina del Palacio Blanco para meditar. Se para justo al lado de un guardia. Un tipo firme, quieto, cuya pose marcial hace más evidente la locura que lo rodea.
Campos, asombrado ante la anarquía, mira varias veces entre el soldado y los disturbios, con cara de ¿no-vas-a-hacer-nada? El tipo —la mirada bajo el casco, el fusil de adorno— responde con una mueca en los labios, y se encoge de hombros. Entonces el reportero camina unos metros, se para justo en el centro de las cuatro esquinas, mira alrededor y duda pensando qué hacer. Hasta que el tiroteo —pac, pac, pac— le sugiere un plan natural. Y huye.
Campos agacha la cabeza mientras sigue el tableteo de las armas. Se refugia brevemente en una esquina, junto a un teléfono público. Justo allí, guarecido, le vibra de nuevo el celular:
— ¡Maracucho, vente pal periódico que se armó el peo!
— ¡Ya sé, ya sé!
Campos casi se sienta en la acera, acurrucado, intentando escuchar la voz de Laura a través de la línea.
— ¡Salte de ahí, muchacho, que te matan!
— ¡Voy… voy!

VI
Cuando ha guardado el teléfono en el bolsillo, Campos entiende que debe salir de su trinchera. Echa un vistazo a la escena: motos danzando, gritos, carreras, más disparos detonados por los gatillos de quién sabe cuántos pistoleros espontáneos. Grupos enloquecidos se mueven de un lado a otro, frenéticos. Campos evalúa. Y decide bajar por un costado del palacio, la vía más corta hacia el periódico.
Lleva apenas unos veinte metros en bajada cuando ve venir un tropel de personas que corren en sentido contrario. Campos se pregunta: ¿de qué huyen? Y de inmediato le responden con una nube de gas lacrimógeno que le sacude la cabeza y el pecho. Se hace a un lado, busca la pared. Sin sentido común, no sabemos por qué, el reportero avanza. Con los ojos cerrados —las lágrimas que le lavan las mejillas, el escozor en la garganta— tantea el muro y sigue bajando la calle aferrado a él.
Hasta que se topa con un piquete de guardias encolerizados, todos con sus chalecos antibalas y sus máscaras antigás. Uno de ellos lo sujeta por la camisa y lo sacude:
— ¡¿Pa dónde vas, güevón?!
— Periodista… periodista —balbucea Campos mostrando su carné.
El soldado lo levanta en vilo, como a un muñeco, y lo deja caer del otro lado de la barrera. Desde allí el reportero sigue su rumbo cuadra y media más abajo, hasta la estación del metro de El Silencio. La esquina está llena de policías que se enfrentan a tres o cuatro pistoleros: pac, pac, pac. En la entrada del subterráneo, donde luego dibujarán su silueta con tiza, un flaco duerme sobre un charco espeso color granate. Campos sigue llorando. Tose, arquea. Uno de los policías le hace señas para que corra hacia la derecha, y él obedece.
Así desemboca en una esquina menos peligrosa. Trotando, empezando a respirar mejor, el periodista baja por la avenida y llega a esa plaza con esculturas y fuentes. Es allí donde se topa de frente con la marcha opositora. Miles y miles de personas, mucho color y ruido y energía, caminan intentando llegar al palacio. Campos los ve inocentes, ignorantes; quisiera alertarlos y convencerlos para que desistan, pero entiende pronto la inutilidad de su proyecto. Mira hacia Miraflores y ve las nubes de gas evolucionar sobre la calle; y confía en que eso —súmenle los tiros— acobardará a más de un insensato.
De modo que sigue su camino y atraviesa la plaza un poco más relajado. Caminando rápido, casi al trote, se desplaza bajo los arcos de los viejos edificios. Desde la avenida Baralt, a una cuadra, le llegan las sirenas, el furor de las muchedumbres; vidrios en cantidad, como si hubiera llovido cristal, cubren el asfalto de la vía. Y en los rincones de ese pasaje, donde usualmente dormitan los mendigos, ni un solo fulano se ha quedado para averiguar.
Cuando irrumpe en la redacción —la cara enrojecida, congestionada y brillante, la ropa sucia—, viendo los ojazos abiertos y el cigarrillo de Laura que lo recibe en mitad del corredor, Campos no encuentra una sola frase adecuada para responder a su pregunta:
— ¡Coño, maracucho, ¿sobreviviste?!
(Continuará)

13 comentarios:

Camilo Jiménez dijo...

Esto va bien, y mejorando. Estar en la mitad de una revuelta es... no sé, lo que puedo decir es que no se parece a nada, lo único identificable o pasable a palabras son la taquicardia y la duda. Y está muy bien pintado acá.
Vaya, capitán, y la modalidad por entregas dejando puntos abiertos... uau, le pone más emoción. Aquí me tiene pegado a la historia y deseando más con ganas.

Sinar Alvarado dijo...

hombre, capi, muchas gracias por la visita. me deja contento saber que el relato captura de ese modo, incluso a los lectores exigentes.

abrazo.

Anónimo dijo...

Mijito terminá rápido la otra parte!! me mata la angustia de saber quemás le espera al pobre Campos/Cualquier periodista venezolano.
Espero ansiosaaaa
Un gran abrazo.
Denyse Carrero

Sinar Alvarado dijo...

no desesperes, querida denyse: el viernes 28 lo sabrás todo. todo!

otro para vos, sinar.

Aymara dijo...

Teneis a la gente cual culebrón de televisión esperando el capítulo final. Zapatero a su zapato, definitivamente vos sois bueno en esto de teclear pa' echar los cuentos...
Tan pendiente las mandocas, que son lo mío..
Un abrazo

Sinar Alvarado dijo...

ayma, sólo espero que el final no les desinfle la expectativa!

por favor, esas mandocas van. usté sólo póngale fecha y yo llevo lo que me pida.

otro, sinar.

Unknown dijo...

Mijo, la otra parte por favor, voy viendo este blog y quedé boca abría.

Menos mal que yo me llamo Kermi

Saludos,
RR.-

Sinar Alvarado dijo...

coño, ramién, lo mejor que me ha pasado este domingo es la carcajada que solté al leer tu comentario. chas gracias, hermano.

el próximo viernes tendrás la siguiente entrega del relato. dame tu mail para tenerte en la lista de destinatarios.

abrazo.

Freddy Colina dijo...

Sabes que es lo mejor... que yo vivi con vos parte de la verdad que se mezcla en ese relato... todavia recuerdo como ayer cuando llegaste al apartamento despues del peo.... WOW...!!!

Un abrazo...

Freddy Jose

Sinar Alvarado dijo...

eso es correcto, hermanazo: usté estuvo muy cerca de los hechos que hicieron germinar este relato.

salud por los viejos tiempos. y un abrazo.

Anónimo dijo...

hey buen blog! yo tambien necesito saber que viene ahora! volveré.

Anónimo dijo...

Verga...que buen retrato compañero! Lo estoy leyendo y estoy cagao otra vez! (cualquier parecido con el Victor del relato, tambien cagao, es pura coincidencia)

Me sumo a la lista de espera desesperada de la proxima entrega, pero que sea pronto coño!

Unknown dijo...

ramienrosillo@gmail.com