1.10.07

Abril (y IV)

IX
Enterado de la muerte de Humberto, imaginando la escena de su caída en las fotos que pronto los diarios publicarán, Campos abandona la sala donde lloran algunas reporteras, donde maldicen varios colegas y camina hasta un balcón que se asoma en la fachada del edificio. Allí, de pie, mirando el trajín de motociclistas que se desplazan por la avenida, saca el celular y escucha los mensajes de alarma que le han ido dejando algunos amigos y familiares. Mientras permanece pegado al aparato, se distrae viendo las decenas y decenas de motos que pasan, sus ronquidos de metal, los disparos al aire que hacen los parrilleros exaltados.
Después regresa a la sala y escucha que los curas han abortado su discurso, que “ante la gravedad de los sucesos” han convocado una reunión ampliada y darán su mensaje por la mañana. A través de los radios llegan noticias de más muertos, advertencias desde casi todas las redacciones.
— De acá no podemos salir —advierte una reportera de labios rojos.
— ¿Quién dice? —pregunta Campos.
— Muchacho, ¿no ves el peligro que hay en la calle? ¡Están cazando periodistas! —grita una gorda que ha empezado a dictar su nota vía telefónica.
— Mi carro no tiene insignias, yo me voy al periódico —dice Campos.
Y se va.
El chofer avanza rumbo a San Martín, tirando volantazos para esquivar los vidrios y algunos montículos en llamas que interrumpen la vía. Cuando entran a la calle principal, que conduce al periódico desde el oeste, se topan con una fila de carros que dan marcha atrás. Trescientos metros más arriba, reprimiendo a los alzados, la policía tiene la ruta cerrada. Media vuelta. Toman la autopista, se salen en El Paraíso y suben por Quinta Crespo. Luego toman Maderero y paran en el semáforo antes de atravesar la Baralt. Allí, insólitamente detenidos ante la luz roja, mientras el motor del carro vibra, Campos escucha el rumor del chofer, que reza a un ritmo acelerado y aprieta el volante como si pendiera de él.
En las cuatro esquinas, con subametralladoras, una docena de policías custodian la avenida. De arriba, de Llaguno, llega el ruido de algunas detonaciones esporádicas. El asfalto está tapizado de casquillos y desechos múltiples que han quedado de esa batalla que se apaga. Y ellos esperan. Hasta que la bendita luz verde se enciende y, lento, como manejando en puntillas, el carro atraviesa la calle y se mete en el estacionamiento del periódico deslizándose, aliviado: como quien abandona el oleaje y aterriza plácido en la orilla.
Campos, la boca cerrada, entra a la redacción y se sienta en su puesto. Oye a Gregorio, el jefe de información, que habla en su oficina con una hermana de Humberto. La muchacha llora, grita y en un momento insulta al jefe acusándolo de haber expuesto a su hermano. Campos se concentra, escucha comentarios y chismes y tantas conversaciones detrás de sí, pero ignora todo y se pone a escribir, por fin, su crónica del día. Sin revisar sus notas, de memoria, va desgranando los hechos de la jornada en un relato apresurado, seco, compuesto a punta de frases cortas y sin adjetivos, evitando colar en la narración esta rabia y esta tristeza y tanta emoción que, le han enseñado, arruinaría la fuerza y opacaría la honestidad de su historia.
En eso, cronista novato, Campos gasta demasiado tiempo. Transcurren más de tres horas y él tecla con sus dos dedos índices hasta que culmina. Guarda el texto en la carpeta que revisarán los editores, y bautiza el archivo con un nombre obvio: abril.
Después se levanta y camina hasta la impresora para tomar las cuartillas que ha mandado previamente. Las retira, se va hasta la salita de juntas, donde suelen almorzar sus compañeros, y allí se sienta a leer mientras se bebe una de las últimas cervezas que han dejado en la neverita. Lee y lee, relee. Se queda dormido, o eso siente. Y cuando sale de ahí, poco después de las once de la noche, ya la redacción se ha ido vaciando desde que los reporteros y todo el personal se ha marchado a sus casas en grupos de cinco o seis.
— Campos, en un rato sale una camioneta pal sur. Te sirve.
Laura fuma el penúltimo cigarro del día y mira al reportero con esos ojazos rojos que no se apagarán, seguro, hasta mañana por la mañana.
— Ok.
Le responde.

X
A la una, acompañado por tres editoras y un fotógrafo, Campos abandona la redacción montado en una camioneta cuyas puertas muestran la latonería virgen bajo las calcomanías de prensa que recién han retirado. Tragando carretera por la autopista, todos en silencio a bordo, la cuatro por cuatro ronronea a medida que sus llantas rústicas se desplazan sobre el pavimento. Casi nadie cruza las calles a esta hora de la madrugada.
El chofer conduce nervioso y los reparte a todos, los deja justo en la puerta, y arranca con violencia apenas se asegura de que cada pasajero se ha metido en su casa. Luego toma la ruta hacia el sureste, subiendo a ciento cuarenta, con el radio apagado para evitar esa sordina que hoy, desde las dos de la tarde, no ha parado de reportar desastres.
Campos, que se ha quedado de último, mira por la ventana amarrado a la silla del copiloto. Mira las luces de las casas y los balcones de los apartamentos donde, supone, miles y miles de acostados buscan el sueño sin encontrarlo.
Y mientras la noche más sola que ha conocido se apresura bajo la luz de yodo de los postes; mientras la camioneta toma la última curva antes de llegar a casa, el reportero suena un chasquido de fatiga con los labios, recuerda esa crónica que ahora se arruga en su bolsillo y piensa que él, Campos, hubiera preferido no tener que escribirla.
(Fin)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que buen relato Sinar David, buena historia muy bien contada. Bravo y gracias por regalarnos ese cuento!

Unknown dijo...

Bueno don Sinar, esperé a que estuvieran todas las entregas. Buena historia, buena narración. Yo también estuve por Miraflores ese día y hay recuerdos que no se pueden expulsar, aunque escribir ayude a despejar algunas cosas. Un abrazo.

Layla dijo...

Hola: si es bueno relajarse...quizas no se bien aun lo que es una viñeta, pero bueno, estan buenas las del sr. montt...
Saludos, y lo siento, es la curiosidad innata de una biologa con comics en la cabeza....
Suerte!!